La impaciencia del corazón de Stefan Zweig sobrepasa los límites de la obra de arte literaria y se convierte en un acontecimiento vital y espiritual en la vida de su lector. Es un texto que confonta constantemente con su propia conciencia y su estilo de vida o, mejor, su opción de vida a quien se sumerge en sus páginas .
De impactante belleza, el relato de Zweig devuelve al corazón el lugar desde el cual debe ser interpelado. Y digo 'devuelve' porque todo espíritu nace con un sitio al cual puede dominar, y desde el cual interpreta toda la realidad. Pero el tiempo va robándole al corazón su sitio. Y este libro se le devuelve lo que desde siempre había sido suyo.
Si la temática principal es el amor, la compasión y la miserocordia desbordadas, le acompañan otros tópicos típicos de la Europa de entreguerras como el valor de la persona concreta frente la colectividad, la decisión de la voluntad y la ética o antiética de la sociedad burguesa, como si la Europa de entreguerras vislumbrara y reflexionara sobre lo que algunos años después tendría perdido con los totalitarismos.
Stefan Zweig murió el 22 de febrero de 1942 sin conocer en su totalidad los grandes horrores que produjo el ser humano en esos años. El libro es un rayo que cae directo al alma y la cimbra por su terrorífico trueno. Es un relato brutal sobre cómo la compasión puede ser estúpida si sustituye al verdadero amor. Es un documento de antropología, al revelar cómo la persona desprecia todo acto caritativo, exige la entrega total del otro y revienta de indignación y tristeza, sobre todo tristeza, frente a la tibieza y podredumbre de la papada del burgués, incapaz de dejar de mirarse a sí mismo y comprender la necesidad de quien tiene en frente.
La impaciencia del corazón es un martillo que con toda la fuerza y el poder de la tinta retrata la crisis de la humanidad, presente en la fragilidad de todo ser humano, y que se revela y realiza cuando éste cree únicamente en sí mismo.
Zweig habla de esa 'impaciencia' del espíritu, que convierte a los otros en un infierno y que acobarda al alma. Porque para amar conv erdad se rquiere ser paciente, y comprender empáticamente el alma ajena. El libro constituye una denuncia hacia la imbecilidad de quien tiene la necesidad frente a su nariz y no puede más que huir hacia sí mismo.
El autor, sin una visión esperanzadora, aunque no del todo nihilista, y quizá por eso capaz de construir un relato realmente bueno, deja en claro que el hombre es incapaz de redimirse a sí mismo: el ser humano siempre, siempre, siempre, huirá de aquello que lo confronte. Pero resalta Zewig que este ánimo huidizo, esta condición de estupidez humana, es lo que provoca, en fin, la muerte y el entierro del espíritu.
La protagonista es una mujer en silla de ruedas que desea ser amada por un indiviudo, un soldado, el superhombre. Y ese individuo le extiende, por decir lo menos y con un lugar común, el látigo de su desprecio. Si bien nuestro escritor sitúa el relato en una época determinada: el período de entreguerras, habla también de la soledad universal del hombre, de la soledad de todo tiempo, y de cómo la conciencia moral puede atormentar a una persona durante toda una vida, es decir, eternamente. Una sola elección es capaz de determinar al alma para siempre, pues la conciencia, por más chata que se encuentra, tiene un aguijón siempre lleno de veneno.
La impaciencia del corazón es un grito que interpela al corazón, porque muestra la incapacidad del burgués por entregarse a una inválida, y la torpeza del corazón de piedra para dejarse ser amado. Pero ante todo, la novela es la novela de nuestra limitación, es el mapa que traza con cuidado las fronteras del corazón: pasando esa línea no hay ya más amor sino puro desprecio. Sólo un Amor infinito podría ensanchar esas fronteras. Y el hombre, si se asume sólo, sólo queda para el resto de su vida.
La intención de esto es, únicamente, exaltar la candidez de sus lectores.
martes, 2 de diciembre de 2008
Zweig, impaciente
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1 comentario:
Hila muy fino, Zweig, en esta novela sobre la compasión. Explora todos suys matices, desdde la autocompasión enfermiza hasta el auténtico amor, la comunión con el otro, atisbado como una posibilidad que nunca llega a realizarse. Es insoportable el grado de lucidez con que alcanza el corazón del hombre Zweig: supongo que por eso se dio un tiro.
Y es que sus categorías, siendo finas, son insuficientes para el abordaje de la compasión. Qué dramática resulta su novela, por eso. Porque hay una rendija a la trascendencia que alcanza a abrir del todo. El final es, por eso, deprimente: un estúpido cambiazo de hoja de la Historia donde todo se ha destruido menos la memoria de la falta que no tiene redención y sólo aspira al benévolo olvido -que hace imposible el reencuentro en la ópera con el doctor Conrad-.
Zweig alcanza a contemplar lo que llama la tristeza de Dios el séptimo día. Qué visión insoportable.
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