Nunca me ha gustado peinarme con cepillo. O peine.
De niño mi madre me peinaba. Yo detestaba cómo quedaba mi pelo endurecido por el gel y tremendamente de lado. Utilizaba un cepillo-peine, era algo raro, una combinación entre ambas. Algo así como Catdog, el perrogato de la caricatura.
Considero que mi niñez terminó cuando logré independizarme de mi madre respecto del peinado escolar. Al principio, yo me seguía peinando como ella lo hacía. Yo ya era independiente, pero vivía atormentado por el ideal de persona que había comenzado a fraguar en mi. Fue más tarde cuando comencé a desear por mi mismo. No recuerdo bien cuándo fue que me peiné para atrás por primera vez, pero debió haber sido, aproximadamente, por primero de secundaria.
A partir de ahí, todo ha sido la conquista de la autonomía y la independencia. O sea, todo cuesta abajo. ¿Quién iba a pensar que en el momento en el que dejara de peinarme de lado, como mi madre lo hacía, conquistaría al mismo tiempo la responsabilidad de tomar las riendas de mi vida? Lo único que quería era peinarme como yo quería. Y obtuve responsaibilidades, angustias, miedos, presiones. De la inocencia del acomodo del cabello a la adultez del que tiene que dar la cara y erguirse frente al mundo.
Nunca fui de los que peinaban con limón, o jitomate, o algún otro alimento. Siempre fue gel. Las historias que contaban acerca de la ensalada capilar fueron para mí siempre historias míticas. Seguramente sí había muchos niños, pobrecillos, a quienes eso les pasó. Pero, afortunadamente, a mí no. A mí me pasó otra cosa. A mí me peinaban tan de lado que creo que las raíces y mi cuero cabelludo sufrieron alteraciones respecto de su desarrollo natural. Ahora me es más difícil acomodar el pelo de un lado de mi cabeza que el pelo del otro lado de la cabeza. Es curioso. Y no me gusta tanto. En cierto modo agradezco a mi madre por no haber utilizado conmigo elementos comestibles, pero sí he de reprocharle la cantidad de veocinco que se endurecía en mi cabeza, y que después del primer recreo terminaba igual que como si no hubiera liberado sobre mí ninguna sustancia. El hoyo en la capa de ozono fue, seguramente, provocado por la cantidad de gel utilizado en mi pequeña cabeza de niño.
Me da la impresión de que el peine es detestable. Tal vez es un introyecto, pero cuando pienso en un peine me vienen a la mente dos imágenes: a) Danny Zuko sacándolo del bolsillo trasero de su yin entubado y luego pasárselo por un lado de su cabellera. Totalmente cool. Si vivieramos en los cincuenta. Pero súper 'retro' y más bien 'out'. b) Un señor de cuerpo sumamente arrugado y pecoso, que camina semidesnudo despidiendo aroma a 'Brut', de ésos que únicamente se ven en la vida cuando uno ha ido a un sauna o al vapor de un club.
Ambas imágenes hacen que el peine sea una figura, para mí, anticuada, rancia, obsoleta y maloliente inclusive.
Los cepillos, son de mujeres.
Lo único que me resta para acomodar mi pelo son mis manos.
La intención de esto es, únicamente, exaltar la candidez de sus lectores.
sábado, 24 de noviembre de 2007
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9 comentarios:
Creo que de todas las entradas que leído en tu blog esta ha sido la que mas me ha gustado. Por la simplicidad pero tambien todo lo que trae de fondo que es algo si no universal (por q a los chinos a lo mejor no les paso) de nuestra sociedad occidental moderna y cotidiana. O chance fue na mas por q a mi me paso lo mismo, de todas formas, muy bien!
<< Considero que mi niñez terminó cuando logré independizarme de mi madre respecto del peinado escolar... >> jajajaja que acertado comentario
La batalla entre el abecedario y las vocales te afectó demasiado.
Me gustó el fondo:el empezar a peinarte tu solo no fue la independencia, sino el peinarte como tu querías!!! Muy bien!
No tengo a bien entender si hablas del cepillo, del gel, del peinado o si cual Hegel, hablas de todo. Pero no importa. Me gustó la referencia a las verduras que se emplean para acomodar los cabellos (comentario sin albur, por supuesto).
Ya se extrañaba un post de estos, un abrazo.
Este post fue uno de tintes metrosexuales.
Mi madre me peinaba con cerveza. A mis hermanas les ponía limón. Y a veces, me daba un trago de cerveza porque, según ella, así me iba a dar hambre e iba a comer bien.
Ya no uso limón ni cerveza ni tomate para peinarme. Pero me sigo peinando de lado. Aunque no fue una línea recta, hubo otros peinados. He vuelto a mis raíces.
Qué cuco, tu post, amigo. A mí alguna vez me peinaron con limón. Cereveza... ¿cerveza? ¿Quién se peina con cerveza?
Sólo conozco un uso más estrafalario de esa bebida. Un viejito, en el asilo al que asistí durante un semestre, viéndome atormentado por el acné, me sugirió comprar una "caguama" (¿por qué caguama?), con la que tendría que frotar mi cara cada noche, dejando que permaneciera el elixir de cebada durante toda la noche.
Nunca lo hice. En cambio sufro cada noche untándome cuanto menjurje antiacnéico encuentro en el mercado. Soy, incluso, experto en saber que ninguno sirve realmente, todos palian.
Yo descubrí que el peinado tiene una relación directamente proporcional con el grado de libertad alcanzado. Se me ocurre que escribiré un post al respecto.
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